Food & Wine Festival 2025: cuando comer y beber se convierten en pasión compartida
El evento convirtió Campo Marte en un paraíso para los amantes de la buena mesa: cocinas al fuego, chefs mexicanos e internacionales, maridajes, cocteles y experiencias donde comer fue también aprender y compartir pasión por la gastronomía.
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En Campo Marte, durante dos días, la comida dejó de ser un simple acto cotidiano.
El Food & Wine Festival 2025 se convirtió en un punto de encuentro entre dos tipos de apasionados: de un lado, quienes montan un restaurante y viven para el servicio, para diseñar un entorno y provocar placer, gozo, identidad en cada bocado; del otro, quienes acuden movidos por la curiosidad, por el deseo de probar algo nuevo, de entender qué está pasando en las cocinas de México.
Comer, allí, no fue solo llevarse un ingrediente a la boca, sino reconocerse en los sabores.

Un campo encendido
Esta gran fiesta gastronómica, organizada por Food & Wine en español y BLM (Business & Luxury Media), volvió a convocar a miles de personas en uno de los eventos más esperados del año.
En esta edición, dedicada a México y a sus mujeres, más de 60 chefs y 60 marcas gourmet nacionales e internacionales tomaron Campo Marte y lo transformaron en un mapa de sabores: cocina mexicana, internacional, contemporánea y, sobre todo, cocina al fuego.

El foco del festival fue literalmente la llama: más de 20 chefs trabajando sobre brasas, parrillas y hornos, con 30 espacios dedicados a la cocina de producto.
Carnes, conchas, pescados, arroces: el humo, el carbón y la grasa chisporroteando formaban parte del paisaje tanto como la música y las conversaciones.
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De pronto, el aire se llenaba con el aroma de un ronqueo de atún, el corte de un jamón ibérico, el golpe seco de la sal sobre una barra de coctelería donde corrían destilados,cerveza, vinos y cocteles.

El festival crece cada año y también se profesionaliza: ahí estaban los Best New Chefs 2025, las nuevas voces de la cocina mexicana, cocinando en vivo, explicando técnicas, respondiendo preguntas en clases magistrales.
El ambiente no era solemne, sino curioso: gente que quería probar, pero también entender.
Alrededor, el Campo Marte se dividió en distintos universos:
Carpas VIP, donde las marcas consentían a sus mejores clientes con experiencias privadas alrededor de la gastronomía, la magia y la música; Quioscos 360º, círculos llenos de productos gourmet con áreas lounge para probar sin prisas; más de 80 espacios gourmet con chefs y restaurantes de todo el país.
También hubo carpas temáticas con clases de cocina, vino, destilados y mixología, un Kids Lounge donde los niños comían, jugaban y se entretenían y pop ups en movimiento: cervezas, helados, postres, carritos de jamón, agua, cocteles… pequeños recordatorios de que siempre había algo más por descubrir.

Bocados que cuentan historias
Entre los sabores que se quedaron en la memoria estuvieron los tacos de atún aleta azul de Bluefiná, traído directo de Ensenada.
La carne del atún, profunda y con un final dulce y untuoso, llegó en forma de barbacoa dentro de una tortilla, acompañada de kimchi y cebolla morada.
El chef Yusuke Kogure, embajador de la marca, explicaba que primero hornean la cabeza y luego rescatan la carne de los laterales del cuello, de las mejillas e incluso de los ojos para crear un taco campechano: nada se desperdicia, todo tiene un lugar en el plato.

Desde Tijuana, José Figueroa, de Carmelita Molino y Cocina, llevó el mar al festival en forma de sopecitos de pulpo al olivo. Usó aceitunas del Rancho Mogor, algas de Ensenada y mayonesa Ostión.
En otra versión, el equipo recurrió a un crostini que reinterpretaba la clásica ensalada César “como buenos tijuanenses”, con un aderezo hecho a base de mejillones de Rosarito.
Cada bocado era una postal del noroeste mexicano.
En la parte líquida, Importaciones Cantabria sorprendió con un coctel a base de Juliette, un licor de durazno de 18 grados.
A esa base se le añadía una alcaparra, un toque de salmuera, vino espumoso —de preferencia un brut— y un poco de agua mineral.
El resultado era fresco, salino y frutal a la vez, perfecto para seguir caminando entre stands.

Pepe & Pepa: aquí no solo se come, se aprende
Uno de los momentos más comentados fue la mancuerna “Pepe & Pepa”, la colaboración entre El Balcón del Zócalo, representado por Pepe Salinas y su equipo, y Sésame, de la chef Josefina Santacruz.

En una de las carpas se armó una comida interactiva donde la sala también tuvo protagonismo. Eduardo Figueroa, jefe de sala del Balcón, fungió como anfitrión ideal durante la tarde del domingo, mientras en cocina Pepe y Josefina remataban los platillos.
Figueroa marcó el tono de la experiencia desde el inicio:
“No nos interesa educar a nadie. No nos interesa que estas sillas se llenen simplemente por requisito. Se trata de que lo disfruten y que también me pregunten absolutamente todo de lo que tienen en el plato y en la copa”, dijo micrófono en mano.

La comida arrancó con un tinto, un Coteaux Bourguignons sin paso por barrica, solo ocho meses en tanque. Figueroa dijo que no le preocupa ser juzgado por su gusto por los vinos delgados.

El vino acompañó unas samosas de pato cocinadas por Josefina, un clásico de la comida callejera de Nueva Delhi que, según ella, se come todavía mejor en Londres.
Aunque suelen ser de cordero, aquí se hicieron de pato para abrazar mejor el mole preparado por la cocina del Balcón del Zócalo.

El segundo plato fue un bun, un básico de Sésame, pero esta vez relleno de suadero de picaña. Figueroa lo definió así: “Es un pecado de grasa encabronado, pero está buenísimo”.
Más adelante, Pepe Salinas aprovechó para explicar las particularidades del pulpo en cocina: aclaró que congelarlo ayuda a romper las fibras, algo que mejora su textura al cocinarse, y desmontó la crítica sobre su consumo en época de veda: el pulpo que se come en esas fechas es pulpo congelado que ya se había reservado, no producto fresco recién capturado.

La frase que mejor resume el espíritu de esa mesa —y del festival entero— fue: Aquí no solo se come, se aprende.
Una pasarela de México: producto, técnica y pasión
A lo largo del fin de semana, nombres como Antifine, Fónico, Los Panchos, Trivvu, Tandoor, Cascabel, La Barra de a Lado, Grana Sabores de Origen y muchas otras más reconocidas cocinas se sumaron al desfile de platillos.
En las barras se sirvieron bebidas de marcas como Bacardí, Tequila Patrón y St-Germain, que acompañaron desde bocados callejeros refinados hasta preparaciones más técnicas.
El producto de COMEPESCA —la iniciativa que impulsa el consumo de pescados y mariscos sostenibles en México— también tuvo un lugar destacado de la mano de la chef Regina Logar.

Fue un recordatorio de que hablar de placer y de fuego también implica hablar de mares sanos, cadenas responsables y productores que cuidan lo que llega a la mesa.
Hasta el próximo brindis
Al final, lo que quedó fue una sensación compartida. De un lado, los equipos de cocina y sala que lo entregaron todo; del otro, un público que probó, preguntó, aprendió y se dejó sorprender.
Tantas copas servidas, tantos platos pensados al detalle, tantos chefs, sommeliers y marcas apostando por un mismo escenario solo pueden generar una cosa: gratitud.


