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  se encuentra en mínimas can- tidades en las entrañas de unos pequeños moluscos.
Mientras el mundo se maravilla ante una tradición muerta, para- dójicamente muestra indiferencia frente al grave peligro que acecha a una tradición milenaria viva en México: el teñido de fibras con la tinta, un pigmento preciadísimo del Plicopurpura pansa.
TRABAJADOR DEL MAR
mauro habacuc avendaño Luis tenía 15 años la primera vez que emprendió una tortuosa pero an- helada travesía. Junto a su tío re- corrió los casi 300 kilómetros que separan Pinotepa de Don Luis, su tierra natal, de las bahías de Hua- tulco, Oaxaca. En 1956 no existían carreteras hacia ese pueblo pes- quero, así que caminaron 8 días. La recompensa sería inconmen- surable: conocer los secretos de un habitante de los acantilados que desde hace siglos ha ofrecido el más puro color del espectro violeta para embellecer las pren- das de las culturas mixteca, chon- tal, zapoteca, huave y huichol.
El trayecto fue extenuante, mas faltaba otra prueba, una de
vida o muerte: escalar las angu- losas, resbalosas y húmedas ro- cas azotadas por la marea. Los pies descalzos de un Habacuc emocionado avanzaron ágil- mente hasta las grietas en donde, oculto, aguardaba la fuente de la púrpura del mar.
El Plicopurpura pansa es un caracol de la familia Murex, dis- tribuida por Asia, el Mediterrá- neo y ambas costas de América, sobre todo en las del Pacífico. Sin embargo, el molusco que Habacuc admiraba era aún más especial que el que empoderó a los fenicios, pues es el único en el mundo que se puede ordeñar; es decir, no hace falta sacrificarlo para extraer su tinta.
TRADICIÓN ANCESTRAL
los indígenas han utilizado ese pigmento desde tiempos pre- hispánicos. Por lo menos 1,000 años atrás, según el Códice Nu- ttall, aunque es posible que lo dominaran desde antes, señala la antropóloga Marta Turok Wa- llace, coordinadora curadora del Centro de Estudios de Arte Popu- lar Ruth D. Lechuga del Museo Franz Mayer.
Diversas etnias han apreciado las bondades de esa tinta: el te- ñido de vestimentas especiales se asociaba al poder y la fertilidad.
Además, es el pigmento tex- til más firme del mundo. Los tintes naturales requieren un mordente —elemento químico externo— para fijarse en el sus- trato (en este caso, el hilo), pero esta tinta solo necesita la acción del oxígeno y el sol para fijarse, explica Turok Wallace, una de las más férreas defensoras de este peculiar molusco.
Si bien Habacuc ignora cuándo empezó a usarse para teñir, sabe lo que significa para su pueblo, ya que históricamente Pinotepa
de Don Luis ha sido epicentro de la industria tintorera regional.
Por eso, él se denomina “traba- jador del mar” aunque vive a casi 300 kilómetros de la costa y du- rante largo tiempo cultivó caña de azúcar. Hoy en día es taxista.
ÚNICOS EN EL MUNDO
¿ordeñar un caracol? Ese es el oficio de Habacuc y sus 14 colegas tintoreros, quienes reci- bieron una tradición milenaria agonizante en herencia.
El ritual mixteco permanece inamovible. Los tintoreros llegan a Huatulco de octubre a marzo y buscan al molusco cada ciclo
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Uno de los pocos tintoreros (izquierda) que se dedican al riesgoso oficio. El tinte del caracol púrpura ha teñido prendas con alto valor cultural que han recorrido el mundo.
fotos: (izq.) colección Marta turok. cortesía de HerMelinda lázaro García; (der.) cortesía de denise lecHner y Museo franz Mayer.














































































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