Tutuñí: el antojo mixteco que guarda la esencia de Oaxaca en una bolita
Hecho de tortilla, hoja santa y chile, el tutuñí representa tradición, cariño y sabor en cada bocado de origen mixteco.
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En las cocinas de la Mixteca oaxaqueña, hay recetas que no necesitan gran presentación ni ingredientes complicados para emocionar al paladar.
El tutuñí es una de ellas: una pequeña bolita de tortilla caliente, sazonada con chile y hoja santa, que resume siglos de tradición y calor familiar. En lengua mixteca, “tutuñí” significa fresco, aromático y sabroso, y eso es justo lo que ofrece.
La preparación comienza con una tortilla a medio cocer recién salida del comal. Mientras aún está suave y tibia, se le espolvorea hoja santa, chile tostado y sal, y se forma una bolita apretándola suavemente con las manos.
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Así nace este antojito que, aunque sencillo, despierta los sentidos con sus aromas intensos y sabor profundo.
En muchos hogares, el tutuñí forma parte del día a día. A menudo se prepara mientras se cocina la comida principal o se sirve como almuerzo para quienes salen temprano al campo. Según el recetario Sabores de México, del mixteco Ferzo González, su abuela lo preparaba desde que era niño: “Ese sabor tan exquisito entre picoso y salado, resaltaba el sabor a la hoja santa”, recuerda.
@laperlanegradelpacifico Así se come un tutuñí, comida de nuestros pueblos. #comaltepec #cuajinicuilapaguerrero #cuajinicuilapa ♬ sonido original – La Perla Negra Del Pacífico
Ingredientes con alma oaxaqueña
La base del tutuñí incluye:
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- Masa de maíz
- Hoja santa
- Chile costeño o chile de árbol tostado
- Sal
- (Opcional) Manteca, queso, tomate asado o frijoles
Algunas familias acompañan el tutuñí con tasajo, nopal o queso fresco, transformándolo en una comida completa sin perder su esencia.
Preparación con cariño y tradición
La chef Olga Cabrera, promotora de la gastronomía tradicional oaxaqueña, destaca que aunque la receta es simple, requiere cuidado. La tortilla debe mantenerse caliente, el chile bien tostado y la hoja santa en su punto. A veces, los tutuñís se bañan con frijoles calientitos, creando una combinación perfecta entre lo rústico y lo reconfortante.
Comer un tutuñí no solo llena el estómago, también conecta con las raíces y las memorias. En cada bolita hay herencia, ternura y una forma de decir “te cuido” sin palabras. Así es el tutuñí: un tesoro modesto, lleno de historia y sabor, que sigue vivo gracias al amor por lo auténtico.
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