Visitar museos en San Miguel de Allende es una experiencia enriquecedora que permite sumergirse en la historia y cultura de este encantador destino.
En un país donde cada rincón cuenta una historia, ¿por qué el turismo cultural aún no ha sido convertido en uno de los grandes motores económicos y de identidad de México?
Esa fue la pregunta central en la 5ª Cumbre de Turismo: Redefiniendo el Futuro, realizada en septiembre en San Miguel de Allende, ciudad símbolo del turismo cultural por excelencia.
Por primera vez, el evento salió de la Ciudad de México para celebrarse en esta joya del estado de Guanajuato, reconocida por la UNESCO con dos nombramientos como Patrimonio Mundial.
Durante dos días, expertos del sector turístico, cultural y patrimonial coincidieron en algo fundamental: México podría ser una potencia mundial del turismo cultural, pero para lograrlo hace falta voluntad, estrategia y, sobre todo, trabajar con las comunidades que resguardan esta riqueza.
Ciro di Constanzo, periodista y creador de la cumbre, abrió el foro con una provocación poderosa:
“¿Cómo le hacemos para convertir al turismo cultural en una de las piedras angulares de la oferta turística mexicana?”
Señaló que 80% del ingreso turístico del país se concentra en apenas seis destinos. Pero México tiene miles de lugares con cultura, historia, arquitectura, gastronomía y tradiciones vivas.
Comparó con países como Francia o Italia, donde el turismo cultural es protagonista absoluto. “¿Por qué México, con todo lo que tiene, no ha llegado a ese nivel?”, cuestionó.
Para él, la clave está en la unión: revalorar lo propio, trabajar en conjunto, crear políticas públicas sólidas y darle voz a quienes realmente sostienen el patrimonio.
Jorge Ortega González, director de la Asociación Ciudades Mexicanas Patrimonio Mundial, recordó que el turismo es el tercer generador de divisas en México. Pero si se invierte en turismo cultural, ese lugar podría escalar.
“El turismo cultural no solo genera ingreso, también calidad de vida. Ayuda a conservar tradiciones, da empleo y fortalece a las comunidades”, dijo.
Para él, el turismo cultural no es accesorio, sino un motor económico que debe ser planificado e impulsado con visión de largo plazo.
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Carlos Tejeda, representante de la UNESCO en México, fue contundente: el patrimonio cultural no debe verse solo como algo que se conserva, sino como una herramienta para generar bienestar en las comunidades que lo habitan.
San Miguel de Allende, explicó, es un ejemplo exitoso de cómo se puede articular la riqueza patrimonial con el turismo sin perder autenticidad. Pero insistió en que estos casos no pueden ser excepciones.
“El turismo debe ser parte de la estrategia de gestión del patrimonio, no un problema. Hay que planear, integrar, y sobre todo, trabajar con la comunidad”, dijo.
Tejeda celebró iniciativas como la Guía Nacional de Turismo Comunitario, y pidió que los artistas, pueblos indígenas y portadores de cultura sean actores centrales en la creación de productos turísticos.
Desde el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), su secretario técnico José Luis Perea recordó que México es una potencia cultural dormida.
Con más de 60 mil sitios arqueológicos, 120 mil monumentos históricos, 195 zonas arqueológicas abiertas al público y 164 museos, el país ofrece una infraestructura única para detonar el turismo cultural.
Pero lo más importante, destacó, es que el INAH ha comenzado a destinar recursos directamente a comunidades indígenas para que desarrollen proyectos turísticos con enfoque comunitario y sostenible.
“Es la primera vez que se invierten recursos públicos directamente en estas comunidades para el desarrollo de productos turísticos desde sus propias cosmovisiones”, explicó.
Además, resaltó la importancia de preservar la diversidad lingüística y cultural de los pueblos originarios, y subrayó que la sostenibilidad debe ser el eje para garantizar un turismo cultural justo, inclusivo y duradero.
Para Loredana Montes, directora del Fideicomiso del Centro Histórico de la CDMX, el turismo cultural no puede desligarse de la vida cotidiana. En su intervención, habló del corazón de la capital como un lugar donde “empezó todo”, cargado de simbolismo y con un rol clave en la identidad nacional.
Hoy, el centro histórico recibe más de 1.5 millones de personas cada fin de semana. Eventos como la Fiesta de las Culturas Indígenas (1.6 millones de asistentes), el Desfile del Orgullo LGBTQ+ (260 mil) o la Noche de Primavera (240 mil) evidencian la fuerza cultural y social del lugar.
“No hemos llegado a una crisis de sobreexplotación turística, pero no queremos llegar ahí. Necesitamos una gestión pública y privada mucho más articulada y con visión a largo plazo”, alertó.
Con 80 museos, seis líneas de metro y cuatro terminales de autobuses cercanas, el centro no solo es un atractivo turístico: es una ciudad dentro de la ciudad, viva, activa y en constante transformación.
Desde el estado anfitrión, Guadalupe Robles, secretaria de turismo de Guanajuato, compartió que el 32% de los visitantes del estado lo hace motivado por la cultura.
“Eso nos lo dijeron los estudios que hicimos: cuando la gente piensa en Guanajuato, piensa en cultura”, comento en la cumbre, la cual se realizó en septiembre pasado en el hotel Rosewood.
Con más de 22 millones de visitantes en 2024, Robles explicó cómo el estado ha trabajado durante años en una política turística que preserve las tradiciones, y cómo en esta nueva etapa de gobierno se ha creado una estrategia regionalizada para que el turismo llegue a los 46 municipios, no solo a los destinos tradicionales como San Miguel de Allende o la capital.
Destacó proyectos como el rescate del Camino Real de Tierra Adentro, y celebró el premio ganado en Fitur 2024 por el programa “Guanajuato Sí Sabe”, que revalora la cocina tradicional como un activo cultural y turístico de primer nivel.
“El turismo cultural no puede ser solo discurso. Debe ser motor de identidad, inclusión y desarrollo económico real”, sentenció.
Desde Michoacán, el secretario de Turismo Roberto Monroy compartió casos en los que escuchar a la gente salvó el patrimonio y activó el turismo.
Un ejemplo: el lago de Pátzcuaro, que hace un año estaba en riesgo de desaparecer. Tras consultar a los pobladores, se recuperaron 70 manantiales. Hoy el lago subió dos metros y el turismo volvió, con productos como el canotaje en Urandén, impulsado por familias como los Quirino, quienes han vivido en la zona por generaciones.
Monroy también habló de la fuerza cultural de Michoacán: Morelia tiene 1,113 edificios patrimoniales y festividades como la Noche de Ánimas o la K’uinchekua son ejemplos de cómo conservar sin “transculturizar”.
“Nuestros muertos no se entierran, se siembran”, dijo, citando una frase purépecha que resume la relación profunda con la vida, la tierra y la tradición.
Cerró con un llamado a no mezclar tradiciones ni permitir que influencias externas diluyan lo auténtico.
El turismo cultural no es solo una oportunidad económica: es una vía para reconocernos, fortalecer nuestras raíces y compartir con el mundo lo que nos hace únicos.
México tiene todo para ser una potencia en este rubro —historia, arte, pueblos originarios, gastronomía, paisajes con memoria— pero necesita voluntad colectiva, estrategias sostenibles y respeto profundo por quienes portan ese legado.
Como coincidieron los expertos en esta cumbre, es momento de ver el turismo cultural no como un accesorio, sino como un motor de desarrollo, identidad y unión social. La riqueza ya la tenemos; ahora hay que saber contarla, cuidarla y compartirla con dignidad.
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