Foto: Arte con Flores de Papel
En México, el Día de Muertos es un diálogo entre la vida y la eternidad. Cada elemento del altar tiene un sentido profundo, pero son las velas las que dan vida a la ofrenda.
Su flama cálida simboliza la fe y el amor, y al encenderlas, las familias abren el camino luminoso por donde las almas regresan al hogar.
La luz se convierte así en un puente entre el mundo terrenal y el espiritual.
¿Cuál es el origen del Pan de Muerto?
La primera noche de celebración, el 31 de octubre, se encienden las velas para recibir a los niños difuntos, conocidos cariñosamente como angelitos.
Su luz guía los pequeños pasos de las almas inocentes hacia el altar, donde los esperan dulces, juguetes y flores de cempasúchil. Es un momento de ternura y esperanza: cada flama representa una bienvenida llena de amor infantil.
Cuando cae la noche del 1 de noviembre, se prenden nuevamente las velas, esta vez para los adultos. El resplandor adquiere un tono más solemne, recordando la sabiduría y las historias de quienes dejaron huella.
Algunas familias reemplazan las velas consumidas o añaden nuevas, manteniendo viva la luz que honra la memoria de padres, abuelos o amigos que partieron antes.
El 2 de noviembre es el día de la despedida. Las velas permanecen encendidas hasta el mediodía o, en algunas regiones, hasta la noche. Su luz acompaña el regreso de las almas al más allá, cerrando con gratitud este encuentro espiritual.
Apagar las velas no es un adiós definitivo, sino un “hasta pronto” lleno de paz, con la certeza de que la memoria mantiene vivos a los ausentes.
Cada vela encendida es una promesa de recuerdo. En los altares tradicionales, se colocan números pares para los adultos y números impares para los niños, representando equilibrio y armonía.
Algunas familias encienden una vela por cada difunto, mientras que otras las distribuyen por niveles del altar, iluminando los distintos planos del mundo espiritual.
Encender las velas del Día de Muertos no es solo cumplir con la costumbre: es un acto de amor que trasciende generaciones. En cada flama arde una historia, una ausencia y un cariño eterno. Mientras las velas sigan brillando, las almas sabrán regresar.
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