Visitar la Capilla del Señor de la Humildad no solo es un paseo cultural, sino una pausa espiritual en medio del bullicio citadino.
En pleno Centro Histórico de la Ciudad de México, entre los pasillos vibrantes de La Merced, se esconde una joya arquitectónica que parece salida de otra época: la Capilla del Señor de la Humildad, también conocida como Capilla de Manzanares o Rectoría del Señor de la Humildad. Considerada la iglesia más pequeña de la capital, este templo ha resistido siglos de historia en tan solo 9 metros de largo por 4 de ancho, espacio suficiente para albergar apenas a 20 personas sentadas.
Su modesto tamaño contrasta con la grandeza de su simbolismo. Entre comercios, viviendas y el constante tránsito urbano, esta diminuta construcción se mantiene como un refugio espiritual, un lugar donde la fe y la memoria se entrelazan con la vida cotidiana del barrio.
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De acuerdo con la tradición, esta capilla fue una de las siete ermitas que Hernán Cortés mandó levantar en los alrededores de la antigua Tenochtitlán tras la conquista, hacia 1521. Su propósito: consolidar la presencia espiritual del cristianismo en los nuevos territorios.
La frase grabada en su fachada, “In hoc signo vinces” (“Bajo este signo vencerás”), refuerza esa intención religiosa y política, haciendo de la cruz el símbolo de victoria espiritual.
A lo largo de los siglos, el templo ha pasado por las manos de distintas órdenes religiosas. En sus inicios estuvo bajo el cuidado de las Carmelitas Descalzas Aliadas, mientras que hoy pertenece a los Misioneros de la Santísima Virgen de los Dolores, quienes se encargan de mantener viva su función pastoral.
A pesar de su tamaño, la Capilla del Señor de la Humildad es un ejemplo de barroco churrigueresco en miniatura. Su fachada conserva una cúpula, torres de campanario y un pequeño atrio, elementos poco comunes en un templo tan reducido.
En el interior destaca un retablo de madera del siglo XVIII, que originalmente estuvo cubierto de hoja de oro. Las escaleras al campanario son tan angostas que los visitantes aseguran sentir claustrofobia al subirlas. Además, aún se conservan las cuatro campanas originales y parte de los materiales de la construcción inicial, aunque el recinto aún espera una restauración integral.
Lejos de ser un espacio meramente histórico, la capilla sigue cumpliendo su función espiritual. Para muchos vecinos de La Merced —comerciantes, madres, adultos mayores o personas en situación vulnerable—, el pequeño templo representa un oasis de calma en medio del caos urbano.
Cada 6 de agosto se celebra la fiesta patronal del Señor de la Humildad, una tradición que reúne a decenas de devotos en procesión con danzantes, mariachis y fuegos artificiales. A pesar de que solo 20 personas caben dentro del templo, el fervor desborda sus muros, llenando las calles de color y fe.
Visitar la Capilla del Señor de la Humildad no solo es un paseo cultural, sino una pausa espiritual en medio del bullicio citadino. Es una muestra tangible de cómo el pasado y la devoción persisten, incluso en los lugares más pequeños.
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