En una calle donde lo mismo puedes toparte con una galería, un puesto de esquites o un restaurante de autor, hay un edificio que guarda algo muy distinto: una fábrica de cerveza con un piano suspendido en el aire. Así de literal. Allí nace Falling Piano Brewing Co., un proyecto que desde 2018 le puso sonido —y sabor— a la idea de producir chela artesanal en plena ciudad, justo donde vive la gente que la consume.
Su nombre rinde homenaje a George Snyder, el primer hombre del que se tiene registro que murió por la caída de un piano. Una tragedia que se transformó en símbolo: en medio del edificio, colgado entre el restaurante y la fábrica, flota ese piano que da identidad a toda la experiencia cervecera.
Falling Piano es más que una cervecería. Es una fábrica abierta, visible, transparente. Los tanques, el molino, la cámara fría: todo está al alcance de la mirada. Y también del paladar.
Los sábados se hacen recorridos que explican el proceso y permiten probar varias etiquetas. Sí, hay vaso de recuerdo. Y sí, todo lo que se sirve allí fue hecho ahí mismo. Literalmente.
Falling Piano nació en 2018 con una idea poco común en México, pero popular en otras ciudades del mundo: tener una fábrica de cerveza artesanal dentro de la ciudad, visible, abierta, que la gente pueda recorrer, beber y entender. Y así lo hicieron. La planta está en la planta baja, el restaurante arriba, y en medio cuelga el ya mítico piano.
Desde entonces, han afinado no solo sus procesos, sino también su comunidad. Sábados por la tarde hay tours por la fábrica (también con parada del Turibús), donde puedes ver fermentadores, cámaras frías, el molino, probar chelas y llevarte tu vaso de recuerdo.
Si alguna vez te preguntaste por qué una cerveza artesanal cuesta más, allí entenderás que el lúpulo importado y el proceso cuidadoso lo justifican.
Este mayo, Falling Piano celebró su séptimo aniversario, pero no con un solo brindis, sino con diez etiquetas distintas, todas inspiradas en la lucha libre, el tema del año.
El sábado 24 fue el gran día: cada hora se liberaba una nueva cerveza y al sonar la campana —otro guiño al ring—, los fans sabían que una nueva joya bebible estaba lista para desgustarse.
Una de las más comentadas fue Séptimo Aniversario, una cerveza de 12 grados que rompió con la norma del 5% tradicional.
Los vasos de colección, como cada año, estuvieron a la venta (y se agotan rápido). Aún quedan existencias de las cervezas de aniversario, pero no por largo tiempo: el lote es limitado y cuando se acaba, se acaba.
Este tipo de celebraciones reflejan lo que es Falling Piano: una fábrica viva, que no se estanca. Lo dice su director general, Fernando Rincón:
“Ha sido un camino divertido. Nos gusta, nos apasiona. Hemos ganado medallas, premios por nuestras etiquetas y cada vez más personas ubican nuestra cerveza. Eso nos dice que vamos por buen camino.”
Falling Piano no es solo un espacio para beber buena cerveza: es también un proyecto con conciencia ecológica. En la azotea ya se están instalando paneles solares; el agua de desecho se reutiliza para limpiar las instalaciones y el bagazo que resulta de la elaboración se dona como alimento para animales. “Aquí todo se aprovecha”, dice Fer.
Además, su espíritu colaborativo se mantiene encendido. Han trabajado con cervecerías amigas y dentro de poco lanzarán una colaboración con Rosetta, el restaurante de Elena Reygadas, reconocida como la Mejor Chef Femenina del Mundo en 2023. En este proyecto, usarán pan sobrante del restaurante para sustituir el 25% de la cebada. Pan que se transforma en cerveza: pura alquimia urbana.
Y como no solo de chela vive el ser humano, el menú incluye pizzas, tacos de cochinita, alitas, mezcal y gin. También hay tienda con playeras, gorras y vasos coleccionables.
Falling Piano nació con una idea clara: que la cerveza artesanal se hiciera con manos locales, que fuera visible y entendida. Hoy no solo producen ahí mismo lo que te tomas, también distribuyen a distintos negocios en México, mantienen cervezas de línea (como la premiada Coahuila 99, una Irish Red Ale), y siguen explorando nuevas fórmulas.
Dicen que cada buena chela tiene una historia. En Falling Piano, además de historias, hay un piano colgado en el aire, etiquetas premiadas, lucha libre, fermentadores que no se detienen y un equipo que no deja de innovar. Y aunque ya pasaron siete años, lo mejor parece estar cayendo… justo ahora. Ah, y la fábrica abre los 365 días del año… ¿qué más se puede pedir?
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