Por si pensabas que ya lo habías visto todo en la escena cervecera de la Ciudad de México, Falling Piano decidió mandar la cerveza por tuberías. Literal.
Su nueva sucursal se llama Falling Piano Bodega y está en Río San Joaquín, a pasos del Museo Soumaya y del Nuevo Polanco: una zona llena de oficinas, departamentos… y ahora cerveza artesanal bien fría que recorre 12 metros antes de llegar a tu vaso.

Fer y Diego, cofundadores del proyecto, lo dicen sin rodeos: no es fábrica, es bodega, es barra, es parque de diversiones cervecero.
Aquí la cerveza se produce en la Roma, pero se consume fresquísima gracias a un sistema de dispensado que parece más bien un experimento de física aplicada al antojo humano.
Más líneas, más chelas, menos poses
Si el Falling Piano original ya era generoso, esta versión viene con 24 líneas de cerveza (ocho más que en la Roma), incluyendo desde estilos “de transición” para quienes vienen de la chela industrial, hasta Hazy IPA, stouts de 12 grados que se acercan peligrosamente al vino, y experimentos con ingredientes mexicanos como guayaba .
¿La más pedida? La Hazy IPA, amarga pero amable, turbia pero sedosa, perfecta para convertir escépticos en creyentes.
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Pizza, alitas y juegos (porque nadie viene solo a “catar”)
Aquí no se viene a fingir que sabes de lúpulos. Se viene a comer pizza buena (a cargo de Reno, de Traficante Pizza), pedir alitas, jugar ping pong o futbolito y dejar que la cerveza haga su trabajo.
La combinación es simple y poderosa: pizza + chela = felicidad universal, incluso para quienes juraban que “no eran tan cerveceros”.

Cerveza con rosca de Reyes (sí, leíste bien)
Para abrir boca, Falling Piano Bodega arranca con una cerveza hecha con rosca de Reyes, una edición especial pensada para la temporada.
Y no es la primera vez que juegan con fuego: su cerveza de pan de muerto se agotó en una semana y todavía hay gente preguntando cuándo vuelve.
Antes hubo errores (sí, una cerveza con gansito que salió mal, muy mal), pero Fer y Diego lo tienen claro: equivocarse también es parte de hacer comunidad y, sobre todo, parte del aprendizaje.

Más que un bar: una misión
El dato duro es brutal: solo 1% de los consumidores de cerveza en México toma artesanal de forma habitual.
Falling Piano no quiere ser el más grande, quiere ser la cervecería de la Ciudad de México, la que le habla al vecino, al curioso, al que llega por una lager ligera y se va soñando con una stout con notas de café y chocolate .
Por eso eligieron esta zona, por eso cuidaron permisos, por eso la cerveza viaja por tubos como si fuera ciencia ficción etílica. No es pose: es chamba.
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Una mirada atrás
Falling Piano nació en 2018 con una idea poco común en México —pero popular en otras ciudades del mundo—: tener una fábrica de cerveza artesanal dentro de la ciudad, visible, abierta, viva. Que la gente pudiera verla, recorrerla, beberla y entenderla.
Y así lo hicieron. La planta está en la planta baja, el restaurante arriba y, en medio, cuelga el ya mítico piano.
Su nombre rinde homenaje a George Snyder, el primer hombre del que se tiene registro que murió por la caída de un piano. Una tragedia que se transformó en símbolo: en medio del edificio, colgado entre el restaurante y la fábrica, flota ese piano que da identidad a toda la experiencia cervecera.
Desde entonces, han afinado no solo sus procesos, sino también su comunidad. Los sábados por la tarde hay tours por la fábrica (incluso con parada del Turibús), donde puedes ver fermentadores, cámaras frías, el molino, probar chelas y llevarte tu vaso de recuerdo.

Si alguna vez te preguntaste por qué una cerveza artesanal cuesta más, ahí lo entiendes: lúpulo importado, procesos cuidados y una obsesión real por hacer las cosas bien, lo que se comprueba en su nueva sucursal.
El veredicto
Falling Piano Bodega no es solo un nuevo espacio. Es un ejemplo de que la cerveza artesanal puede ser divertida, accesible, experimental y sin solemnidad. Aquí la cerveza no cae del cielo, cae de tubos directamente a tu vaso.
Como periodista tengo la misión, parafraseando al intelectual español Julio Anguita, de perturbar, de agitar el cerebro, de mover las conciencias. Para lograr esos objetivos me aferro al abecedario como otros se aferran al escapulario.


