Restaurante Beluga, ubicado en Masaryk, Polanco.
Hay lugares que conquistan la vista, otros que ganan el paladar… y luego está Beluga, que hace ambas cosas desde el primer instante.
Ubicado en Avenida Masaryk 120, una de las arterias con mayor plusvalía del país y símbolo absoluto del Polanco contemporáneo, este restaurante logra algo casi imposible: en medio del ritmo frenético de la ciudad, te transporta directo a la playa.
La historia misma de la avenida prepara el terreno.
Masaryk, la calle más cara de México, nació sobre la antigua Hacienda de los Morales y fue bautizada en honor al presidente Tomáš Masaryk, aquel estadista y filósofo que defendió los derechos humanos en la Europa del siglo XX.
Desde entonces, esta avenida se volvió sinónimo de distinción y justo ahí, entre boutiques, luces y movimiento, aparece un punto verde que detiene el tiempo: Beluga.
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Antes de cruzar la puerta ya sientes que algo cambia: árboles que parecen vivos (aunque no lo están) cargados de limones que hablan de que ahí se prioriza lo fresco, lo naturla.
Juncos, troncos, miles de detalles de madera y una atmósfera que recuerda a las palapas más sofisticadas del Pacífico.
La idea es de Juan Altamirano, patriarca del Grupo Alme, quien convirtió el interiorismo en un espectáculo sensorial: limones amarillos colgando, sombritas cálidas, texturas naturales, música suave. Es un espacio pensado para llegar acelerado… y exhalar.
“Aquí uno se relaja desde antes de sentarse. El ambiente hace que la comida se disfrute más”, nos dice Isidro, mesero y uno de los rostros más cálidos del lugar.
Y es verdad: la calma del entorno prepara el paladar.
Beluga nació para traer la cocina del Pacífico al corazón de la Ciudad de México.
Detrás del menú están los chefs Luis Martínez y José Suztaita, inspirados en las costas nayaritas: zarandeados, conchas suaves, pescados blancos, sabores que saben a mar abierto.
Pero el mejor guía es Isidro, nuestro mesero esa noche. Él conoce cada receta, cada proceso y cada secreto de la cocina porque, como muchos del equipo, antes de servir pasó por los fogones.
“Así podemos decirle a alguien alérgico al ajo qué sí puede comer. Sabemos exactamente cómo se prepara todo”, explica. Y vaya que lo sabe.
El viaje empieza con los tragos, y aquí conviene llegar con antojo.
Beso picante mezcla jamaica, mezcal y un toquecito de salsa Tabasco.
“Son sólo unas gotitas, para que resalte el sabor”, dice Isidro para convencer, pues la salsa Tabasco impone.
a veces la gente escucha salsa Tabasco y se pone re, como si compartiera un truco heredado.
Otro trago destacado es Burbujas de la Sultana. Fresca y delicada combinación de frambuesas, lychee, ginebra Tanqueray y vino espumoso. Coctel suave, elegante, perfecto para iniciar la tarde.
De repente llega a la mesa un plato con un contenido rojo brillante que parece atún… pero no lo es.
Se trata del sashimi de sandía, que se marina 72 horas en cítricos y romero, con rodajas de serrano que aportan un picorcito discreto. La textura sorprende y el sabor es inesperado.
Sugerencia: acompañarlo con un poco de salsa rasurada.
Fritas, crujientes, bañadas en salsa de anguila y un toque de siracha, rematadas con almendras fileteadas. Un plato sencillo, pero inolvidable. Te aseguro que la foto no les hace justicia.
“¿Qué tal unas almejas melón?”, sugiere Isidro como quien ofrece un secreto de casa. Aceptamos y en poco minutos están en el centro de la mesa frescas, brillantes, irresistibles.
Puedes coronarlas con una de las salsas de la casa que, por cierto, puedes comprarlas ahí mismo.
Del mar pasamos a la tierra. Un platillo con todo el poder del fuego.
Filete cocido al punto y cortado en pedacitos que descansan sobre una tostada zarandeada, la cual luego recibe una buena cantidad de foie gras rallado y luego gratinado ante tus ojos y en tu mesa.
Sin duda el foie gras aporta un toque graso y elegante, así que un simple volcán se convierte en un platillo de campeonato.
En Beluga, los postres son un asunto serio y profundamente familiar: la madre Altamirano está detrás de la repostería.
Los clásicos más queridos: Mostachón de limón con su costra de galleta de coco y el Mostachón de plátano y dulce de leche: merengue con almendra y nuez.
Otros protagonistas del capítulo más dulce son: el pan de elote y la tarta tarta de chocolate. Dos clásicos reconfortantes, perfectos para cerrar la comilona.
También ofrecen un generoso pastel de zanahoria, pensado para compartir: una sola rebanada alcanza para tres o cuatro personas.
Llega a la mesa acompañado de una rama de canela previamente encendida, y ese aroma cálido te envuelve antes del primer bocado.
Y si quieres algo diferentes, nada como las Oreo fritas, capeadas con masa parecida a la de los hot cakes. Un bocado doradito, divertido y adictivo.
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Para celebraciones íntimas o reuniones que requieren más intimidad, Beluga cuenta con un privado elegante y acogedor, diseñado para recibir con detalle y calidez.
La familia Altamirano está presente en todo: uno cocina, otro sirve, otro perfecciona postres, otro lleva charolas. Es un servicio que se siente honesto, cercano, casi casero.
Pero esa noche, quien nos hizo la velada inolvidable fue Isidro, con su amabilidad, su dominio del menú y su capacidad de contagiarnos entusiasmo por cada plato.
Beluga no es sólo un restaurante: es el Pacífico respirando en medio de Masaryk.
Y por eso, después de la primera visita… uno siempre quiere volver.
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