Cada vez que se registra una caída de nieve en las zonas montañosas cercanas, los capitalinos recuerdan con emoción aquel día histórico.
El 11 de enero de 1967, la Ciudad de México vivió un fenómeno meteorológico que pocos podían imaginar: la nieve cubrió sus calles, avenidas y monumentos históricos.
La madrugada trajo consigo un espectáculo blanco que dejó a los capitalinos asombrados y maravillados, ya que la nieve en la capital mexicana es extremadamente rara. Lo que parecía un día común y frío, se transformó en un recuerdo imborrable para quienes lo vivieron.
Desde las primeras horas de la mañana, el paisaje urbano cambió radicalmente. Paseo de la Reforma, el Ángel de la Independencia y el Zócalo aparecían cubiertos por un manto blanco que parecía salido de un cuento.
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Los vecinos salieron de sus casas con cámaras y cámaras improvisadas, ansiosos por capturar un fenómeno que muchos solo habían visto en películas o fotos del extranjero. Las calles, usualmente llenas de tráfico y movimiento, se tornaron silenciosas y pacíficas.
Los barrios de San Ángel, Chapultepec y la colonia Roma también fueron testigos de esta nevada histórica. La acumulación de nieve alcanzó entre 4 y 8 centímetros en algunas zonas, suficiente para cubrir automóviles y jardines.
La nevada no solo transformó el paisaje, sino que también generó un cambio temporal en la rutina de los capitalinos. La circulación se volvió complicada, y algunos transportes públicos presentaron retrasos. Sin embargo, el asombro y la curiosidad superaron cualquier inconveniente, y muchas familias aprovecharon la ocasión para salir a observar la nieve en plazas y parques.
Los medios de comunicación de la época capturaron el fenómeno con fotografías que aún hoy se consideran históricas. Los periódicos mostraban titulares que relataban la sorpresa y alegría de los ciudadanos ante la inesperada nevada.
Los meteorólogos explicaron que este fenómeno era consecuencia de un frente frío intenso que, combinado con la altitud de la Ciudad de México, permitió que la nieve se depositara sobre la superficie.
Con el paso de los años, aquella nevada se convirtió en un referente histórico y un tema recurrente entre quienes han estudiado el clima capitalino. Para muchos, representa un recuerdo nostálgico de un momento en que la naturaleza sorprendió a la ciudad de manera extraordinaria.
La anécdota se ha transmitido de generación en generación, y quienes no la vivieron a menudo buscan imágenes y relatos para imaginar cómo fue aquel día.
Hoy, a más de medio siglo de aquel 11 de enero de 1967, la nevada sigue siendo un símbolo de la rareza y belleza del clima en la Ciudad de México. Es un fenómeno que une memoria, historia y naturaleza en un instante que permanece vivo en la memoria colectiva de la ciudad.
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